Echó un vistazo alrededor. Avanzaba lenta por la calle, insegura por su poca pericia al volante y, sobre el salpicadero, el teléfono la guiaba y confundía.
Se sentía la mujer más ridícula de la tierra. No quería ir a esa fiesta de disfraces… Con su atuendo de india, deseaba que apareciese su hada madrina y que con un “bidibibadibibú” le quitara la ropa de Pocahontas y la catapultara al sillón floreado del salón.
De repente frenó y los dados se agitaron en el aire, pendiendo del retrovisor. El coche se caló, protestando por su brusquedad.
-No quiero ir. Me vuelvo a casa.
Y al infierno el hada madrina.